Interesante relato que debemos interiorizar e imitar, sobretodo hoy día que la revolución se ve amenazada por la ausencia de ética socialista y de los mas mínimos valores de convivencia.
En la Edad Media hubo un señor que hizo voto de acudir como peregrino
a un santuario lejano, según costumbre de aquella época. Cuando sólo
llevaba unos días de camino, tuvo que tomar una senda que ascendía por
el árido costado de una pobre colina quemada por el sol. Frente a la
senda abrían su boca gris algunas cavernas de las que se había extraído
piedra. Esparcidos por las laderas había hombres que, sentados en el
suelo, escuadraban bloques de roca para la construcción.
El peregrino se acercó al más próximo. Lo miró con piedad. Era
imposible reconocer su rostro a causa del polvo y sudor que lo cubrían;
en sus ojos, abrasados por las invisibles salpicaduras de la roca, se
leía un cansancio enorme. Sus brazos parecían formar una sola cosa con
el martillo que levantaban y dejaban caer rítmicamente.
“¿Qué haces,
buen hombre?”, preguntó el peregrino.
“¿No lo ves?”, respondió el
cantero sin ni siquiera alzar la vista. “¡Me estoy matando a trabajar!”
El peregrino no dijo nada; siguió adelante.
Pronto se encontró con otro cantero. Estaba igual de cansado,
malherido y cubierto de polvo.
“¿Qué haces, buen hombre?”, preguntó
también el peregrino.
“¿No lo ves? ¡Trabajo de sol a sol para mantener
a mi mujer y a mis hijos!”, respondió el cantero.
En silencio, el peregrino siguió adelante. Ya casi en la cumbre de la
colina había otro cantero. Como los anteriores, estaba agotado de tanto
trabajo. También a él le ocultaba el rostro una costra de polvo y
sudor, pero en sus ojos, igualmente lastimados, se adivinaba cierta
complacencia.
“¿Qué haces, buen hombre?”, preguntó el peregrino.
“¿No lo ves?”, respondió el cantero, sonriendo con orgullo: “¡Construyo
una catedral!” Y con su mano tendida indicó el valle donde se estaba
levantando ese templo grandioso.
Nota: Con este cuento, en versión propia, cerraba un ponente su
conferencia en una Jornada de la Asociación Alborear de Sevilla
(España). Lo citaba al hilo de la sensación de desánimo que invade
muchas veces a las personas comprometidas a nivel social y educativo,
que tienen la tentación de decir: “otra vez este problema, otra vez este
chico…¡esto no tiene arreglo!”.
Decía el orador que hemos de tener la conciencia muy clara de que en esa
cosa tan pequeñita que estamos haciendo, estamos colaborando a hacer
una cosa muy grande, que es la Catedral metafóricamente. Es ese mundo en
el que nos gustaría vivir y en el que nos gustaría que vivieran
nuestros niños.
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